La prohibición del uso de transgénicos de nuestra Constitución de Montecristi es un gran logro en contra de una de las agresiones más claras al acceso a semillas. Son muchas las preocupaciones alrededor de los transgénicos, pero la mayor de ellas es que restringen y distorsionan el ciclo de la vida: que de una semilla nazca una planta que, con sol y agua produzca una nueva semilla. Los transgénicos son una verdadera amenaza no solo a la salud, el ambiente, y el patrimonio genérico de nuestra biodiversidad. Son sobre todo una amenaza económica para los agricultores. No es verdad que se genere a través de los transgénicos un incremento de la productividad. Es una falacia que los transgénicos ayuden a los pequeños productores, o que con ellos se pueda triplicar o cuadruplicar la producción agrícola. Más bien sucede todo lo contrario. Los transgénicos generan mayor concentración de la tierra, no ayudan a aumentar la producción y restan puestos de empleo en el sector rural.